¡Bienvenidos a Yo solo me quiero perder!

A los 28 años, me encuentro en una encrucijada que parece familiar a muchas de mis amigas. Vivo en casa de mis padres, tengo un trabajo de lunes a viernes que, aunque estable, a veces me resulta monótono. Y, lo más significativo, sigo soltera. A medida que hablo con mis amigas, nuestras conversaciones giran en torno a un tema recurrente: la sensación de incertidumbre que nos acompaña en esta etapa de la vida.

“¿Cómo está el mercado de hombres?”, se pregunta una de ellas, mientras otra expresa su frustración: “No puedo con los tíos de Tinder”. Las preocupaciones surgen una y otra vez: “¿Y si me quedo sola toda la vida?”, “¿Cuándo podremos comprar una casa?”, “¿Y si nos montamos una empresa?” Estos pensamientos son un reflejo de lo que todas sentimos en nuestros veintitantos: la presión social, las expectativas no cumplidas y el temor al futuro.

Así que he decidido abrir este espacio, un vlog donde compartiré mis experiencias y cómo, poco a poco, voy superando esos dramas cotidianos. Mi intención es mostrar que no estamos solas en esto, que cada pequeño triunfo cuenta y que es posible encontrar luz en medio de la confusión.

En este primer capítulo, quiero contarles cómo comenzó mi viaje hacia la autocomprensión y el empoderamiento. Todo empezó una tarde cualquiera, cuando decidí que era hora de enfrentar mis miedos y redefinir lo que significa el éxito para mí. Desde ese momento, supe que cada paso, por pequeño que fuera, sería parte de una historia que merecía ser contada.

CAPITULO 1: 

Comenzaré a relatar la primera parte de este trauma que ha marcado mi vida. Crecí en un colegio católico, un lugar que, a pesar de sus enseñanzas, dejó una huella compleja en mi forma de ver el mundo. Ahora, mirando a mi alrededor, me doy cuenta de que la mitad de mis amigas parecen perdidas en la vida, mientras que la otra mitad ya se ha casado y tiene hijos. La vida avanza, y yo, en medio de este torbellino, me siento estancada.

Estuve con un chico durante siete años, los mejores años para forjar una relación que podría haber sido el camino hacia una pareja futura. Sin embargo, en lugar de construir un futuro juntos, me encontré atrapada en una rutina que se asemejaba más a un matrimonio que a un noviazgo. Cuando finalmente decidimos dejarlo, yo tenía 27 años, una edad en la que sentía que aún era demasiado joven para muchas cosas, pero que, al mismo tiempo, ya llegaba tarde para otras.

Fue un momento confuso. No sabía quién era realmente. La ruptura me obligó a empezar de cero, a redescubrirme en un mundo que había cambiado mientras yo permanecía en la misma página. Recuerdo las palabras que solían decirme con una mezcla de ironía y compasión: “Con la de peces que hay en el mar”. ¡Jajaja! Esa frase se convirtió en un eco persistente en mi mente, pero la realidad era que, durante un tiempo, elegí aislarme. Pasé por una fase de introspección, casi como si me hubiera vuelto autista social; no quería relacionarme con nadie.

Después vino la etapa de salir, de querer disfrutar la vida, de encontrarme de nuevo en el bullicio de la ciudad. Pero, cuando finalmente me di cuenta de lo que estaba pasando, ya habían pasado dos años, y la gente seguía con su frase "Con la de peces que hay en el mar" El mio debe ser de lago ...

Así es como este viaje comenzó: con incertidumbres, risas y, sobre todo, muchas lecciones por aprender. Este es solo el inicio de mi historia, y estoy aquí para compartir cada paso de este camino hacia la autocomprensión.